Soy marxista. Pero, no soy marxista sólo porque odie la pobreza. No soy marxista sólo porque crea en la libertad. No soy marxista sólo porque desee mejorar las condiciones de vida. Los socialdemócratas, los liberales, los conservadores desean eso mismo y ellos no son marxistas. Y parecería tonto, cuando no fruto de una mala educación, pretender que ellos lo desean con mala fe mientras que yo lo pienso realmente. ¿Por qué soy marxista?
Soy marxista porque no estoy de acuerdo con la mejora que presentan los liberales, los conservadores o los socialdemócratas. Y tampoco comparto su análisis de la realidad. Sostengo una emancipación cualitativamente diferente. Soy marxista porque creo que el capitalismo es un sistema injusto intrínsecamente, es decir: en su propia constitución, y que conlleva la absoluta infelicidad de la humanidad. Pero tampoco soy marxista sólo porque esté en contra del capitalismo, muchos reaccionarios lo están, sino por el cómo y el porqué de mi rechazo.
Desde la modernidad la filosofía había situado en la idea de sujeto la clave del conocimiento. Conocer la realidad no era representársela tal cual era sino que, especialmente a partir de Kant, el propio sujeto construía una representación del mundo a través de su forma de conocer, de sus estructuras cognitivas previas no pudiendo conocer pues la realidad en sí misma sino la interpretación de la realidad realizada por la razón. Como todos los seres humanos estaban constituidos desde la razón era su forma de conocer racional idéntica en todos los casos. Así, el mundo, en cuanto a nuestra representación de él, se convirtió en obra del sujeto racional. El mundo real era racional, tenía leyes científicas y se constituía como un cosmos ordenado no por sí mismo sino porque el sujeto le ponía esa racionalidad. El mundo se humanizaba pues acababa siendo, de alguna manera, resultado de la acción humana.
Marx estaba de acuerdo con la idea básica. El mundo era, y debía ser, creación humana. Pero, ¿realmente el mundo estaba humanizado? ¿Había logrado la razón desarrollar un mundo mejor? Para responder a dicha pregunta Marx se fijó en el trabajo pues allí dicha humanización se mostraba evidente como una realización práctica. El trabajo era, o mejor dicho, debía de ser la forma de relación privilegiada entre el hombre y la realidad: el trabajo transformaba la realidad y la acción humana primordial era la transformación del mundo por el trabajo. Ahora bien, el trabajo no se daba en condiciones abstractas sino sociales y concretas. Por eso, la forma social en que se constituía el trabajo resultaba fundamental para analizar si este realmente estaba humanizando el mundo de acuerdo a la razón o bien servía a otros intereses. Así, lejos de ser prioritaria para Marx la esfera económica como constitución de lo humano era en realidad sólo el medio para humanizar el mundo.
Pero, ¿qué pasaba con el capitalismo? ¿Por qué los marxistas trasnochados como yo mismo, estamos en contra del Capitalismo? ¿Y cómo estamos en contra? De lo que acusamos al capitalismo es de ser un sistema totalitario. Entendemos por sistema totalitario aquel que es capaz de integrar toda la vida humana (la pública y la privada, el trabajo y el ocio) en una estructura cuya única finalidad es la de perpetuarse. Pero, ¿qué es el capitalismo? Un sistema que es independiente a las voluntades individuales o colectivas, que se impone sobre la existencia individual y cuya realidad es la reproducción incesante de mercancías y con esto la perpetuación del propio capitalismo. El capitalismo no es, por supuesto, los grandes grupos bancarios, las grandes empresas o los “malvados capitalistas” (como le gustaría pensar a un izquierdista folclórico). El capitalismo es una realidad independiente a los propios individuos que determina la realidad y la existencia de todos en cuanto les convierte, a ellos mismos y a los propios objetos, en mercancías. Y no sólo en su visión simplista de economizar todo, que también, sino, y primordialmente, en la creación de una estructura previa de dominación. Pero, ¿qué significa eso? En el capitalismo se dan tres procesos básicos: la alienación, la ideología y el fetichismo de la mercancía. El trabajo, como hemos señalado, debería servir para humanizar el mundo, pues es la forma propia de la relación del sujeto con la realidad, y convertir así la sociedad en un lugar para la emancipación del individuo. El desarrollo tecnológico haría posible esto, en cuanto a su capacidad de emancipación de la naturaleza. Sin embargo, el trabajo en el capitalismo no sólo no humaniza el mundo sino que lo único que hace es reproducir ese mismo capitalismo. Así, el trabajo capitalista no hace del mundo un lugar mejor -y eso es independiente del sueldo que se pague del mismo modo que la libertad del esclavo no depende de cuánta comida se le dé-. Toda la acción propia del sujeto en cuanto tal sujeto (la acción sobre el mundo, la praxis, que debía humanizarlo) en el capitalismo queda reducida así a mera realización económica lo que conlleva, a su vez, que el propio sujeto sólo tenga realidad en el sistema como hecho económico. De esta forma toda la existencia humana, nuestra vida, se convierte en el medio, ya en el trabajo ya en el consumo, para la preservación del propio capitalismo y esa misma vida se transforma en ideológica en cuanto se presenta como existencia individual aquello que no es más que reproducción de las condiciones de explotación dadas y por lo tanto indiferente objetivamente a la propia individualidad. De esta forma, la ideología (la falsificación de la realidad) ocupa un lugar fundamental en la estructura capitalista. La ideología es la falsa conciencia sobre la realidad que hace creer que la vida que se lleva es auténtica. Y esta ideología presenta en el capitalismo un doble aspecto: por un lado, un aspecto clásico en el que las ideas o los hechos sirven para encubrir la realidad (como la religión, el nacionalismo o la reciente boda del príncipe); y, por otro, y lo que es más interesante, una vinculación directa con el propio sistema productivo donde surge el denominado fetichismo de la mercancía. La mercancía -es decir: el resultado último de todo un proceso de producción dentro del capitalismo- se presenta como una realidad independiente a dicho proceso, como con un valor en sí. El fetichismo de la mercancía lo que hace es negar precisamente el proceso de trabajo y con ello negar las condiciones reales de existencia. Las mercancías se independizan de la acción humana cobrando valor por sí mismo del mismo modo que la vida humana se independiza, pero sólo de forma ideológica y por eso falsa, de la estructura económica. La esfera productiva, que el capitalismo ha llevado hasta sus últimas consecuencias a través del consumo, se presenta como ajena al individuo. Así, el máximo proceso ideológico, que hoy guarda relación con la creación de una personalidad sin yo, no es un añadido sobre el proceso productivo sino algo intrínseco a él. El capitalismo desarrollado presenta los objetos y las realidades particulares como ajenas a la totalidad, independientes de su propio proceso de formación. Los diversos hechos, que sólo tienen sentido en cuanto a su relación y estar subsumidos por la totalidad, se presentan como fragmentos sin conexión. Parece existir la libertad en un mundo dominado a priori de cualquier hecho.
De esta manera, el capitalismo no es sólo un sistema económico, una forma de producción, sino un sistema totalitario; la forma determinada que produce la propia vida. Y dicha vida , lejos de estar conformada en la autonomía y la emancipación, está subsumida bajo el mismo capitalismo. La vida humana sólo tiene sentido para reproducir el propio sistema y toda la esperanza ilustrada ha desaparecido. Ser marxista, aún hoy, tiene sentido.
Soy marxista porque no estoy de acuerdo con la mejora que presentan los liberales, los conservadores o los socialdemócratas. Y tampoco comparto su análisis de la realidad. Sostengo una emancipación cualitativamente diferente. Soy marxista porque creo que el capitalismo es un sistema injusto intrínsecamente, es decir: en su propia constitución, y que conlleva la absoluta infelicidad de la humanidad. Pero tampoco soy marxista sólo porque esté en contra del capitalismo, muchos reaccionarios lo están, sino por el cómo y el porqué de mi rechazo.
Desde la modernidad la filosofía había situado en la idea de sujeto la clave del conocimiento. Conocer la realidad no era representársela tal cual era sino que, especialmente a partir de Kant, el propio sujeto construía una representación del mundo a través de su forma de conocer, de sus estructuras cognitivas previas no pudiendo conocer pues la realidad en sí misma sino la interpretación de la realidad realizada por la razón. Como todos los seres humanos estaban constituidos desde la razón era su forma de conocer racional idéntica en todos los casos. Así, el mundo, en cuanto a nuestra representación de él, se convirtió en obra del sujeto racional. El mundo real era racional, tenía leyes científicas y se constituía como un cosmos ordenado no por sí mismo sino porque el sujeto le ponía esa racionalidad. El mundo se humanizaba pues acababa siendo, de alguna manera, resultado de la acción humana.
Marx estaba de acuerdo con la idea básica. El mundo era, y debía ser, creación humana. Pero, ¿realmente el mundo estaba humanizado? ¿Había logrado la razón desarrollar un mundo mejor? Para responder a dicha pregunta Marx se fijó en el trabajo pues allí dicha humanización se mostraba evidente como una realización práctica. El trabajo era, o mejor dicho, debía de ser la forma de relación privilegiada entre el hombre y la realidad: el trabajo transformaba la realidad y la acción humana primordial era la transformación del mundo por el trabajo. Ahora bien, el trabajo no se daba en condiciones abstractas sino sociales y concretas. Por eso, la forma social en que se constituía el trabajo resultaba fundamental para analizar si este realmente estaba humanizando el mundo de acuerdo a la razón o bien servía a otros intereses. Así, lejos de ser prioritaria para Marx la esfera económica como constitución de lo humano era en realidad sólo el medio para humanizar el mundo.
Pero, ¿qué pasaba con el capitalismo? ¿Por qué los marxistas trasnochados como yo mismo, estamos en contra del Capitalismo? ¿Y cómo estamos en contra? De lo que acusamos al capitalismo es de ser un sistema totalitario. Entendemos por sistema totalitario aquel que es capaz de integrar toda la vida humana (la pública y la privada, el trabajo y el ocio) en una estructura cuya única finalidad es la de perpetuarse. Pero, ¿qué es el capitalismo? Un sistema que es independiente a las voluntades individuales o colectivas, que se impone sobre la existencia individual y cuya realidad es la reproducción incesante de mercancías y con esto la perpetuación del propio capitalismo. El capitalismo no es, por supuesto, los grandes grupos bancarios, las grandes empresas o los “malvados capitalistas” (como le gustaría pensar a un izquierdista folclórico). El capitalismo es una realidad independiente a los propios individuos que determina la realidad y la existencia de todos en cuanto les convierte, a ellos mismos y a los propios objetos, en mercancías. Y no sólo en su visión simplista de economizar todo, que también, sino, y primordialmente, en la creación de una estructura previa de dominación. Pero, ¿qué significa eso? En el capitalismo se dan tres procesos básicos: la alienación, la ideología y el fetichismo de la mercancía. El trabajo, como hemos señalado, debería servir para humanizar el mundo, pues es la forma propia de la relación del sujeto con la realidad, y convertir así la sociedad en un lugar para la emancipación del individuo. El desarrollo tecnológico haría posible esto, en cuanto a su capacidad de emancipación de la naturaleza. Sin embargo, el trabajo en el capitalismo no sólo no humaniza el mundo sino que lo único que hace es reproducir ese mismo capitalismo. Así, el trabajo capitalista no hace del mundo un lugar mejor -y eso es independiente del sueldo que se pague del mismo modo que la libertad del esclavo no depende de cuánta comida se le dé-. Toda la acción propia del sujeto en cuanto tal sujeto (la acción sobre el mundo, la praxis, que debía humanizarlo) en el capitalismo queda reducida así a mera realización económica lo que conlleva, a su vez, que el propio sujeto sólo tenga realidad en el sistema como hecho económico. De esta forma toda la existencia humana, nuestra vida, se convierte en el medio, ya en el trabajo ya en el consumo, para la preservación del propio capitalismo y esa misma vida se transforma en ideológica en cuanto se presenta como existencia individual aquello que no es más que reproducción de las condiciones de explotación dadas y por lo tanto indiferente objetivamente a la propia individualidad. De esta forma, la ideología (la falsificación de la realidad) ocupa un lugar fundamental en la estructura capitalista. La ideología es la falsa conciencia sobre la realidad que hace creer que la vida que se lleva es auténtica. Y esta ideología presenta en el capitalismo un doble aspecto: por un lado, un aspecto clásico en el que las ideas o los hechos sirven para encubrir la realidad (como la religión, el nacionalismo o la reciente boda del príncipe); y, por otro, y lo que es más interesante, una vinculación directa con el propio sistema productivo donde surge el denominado fetichismo de la mercancía. La mercancía -es decir: el resultado último de todo un proceso de producción dentro del capitalismo- se presenta como una realidad independiente a dicho proceso, como con un valor en sí. El fetichismo de la mercancía lo que hace es negar precisamente el proceso de trabajo y con ello negar las condiciones reales de existencia. Las mercancías se independizan de la acción humana cobrando valor por sí mismo del mismo modo que la vida humana se independiza, pero sólo de forma ideológica y por eso falsa, de la estructura económica. La esfera productiva, que el capitalismo ha llevado hasta sus últimas consecuencias a través del consumo, se presenta como ajena al individuo. Así, el máximo proceso ideológico, que hoy guarda relación con la creación de una personalidad sin yo, no es un añadido sobre el proceso productivo sino algo intrínseco a él. El capitalismo desarrollado presenta los objetos y las realidades particulares como ajenas a la totalidad, independientes de su propio proceso de formación. Los diversos hechos, que sólo tienen sentido en cuanto a su relación y estar subsumidos por la totalidad, se presentan como fragmentos sin conexión. Parece existir la libertad en un mundo dominado a priori de cualquier hecho.
De esta manera, el capitalismo no es sólo un sistema económico, una forma de producción, sino un sistema totalitario; la forma determinada que produce la propia vida. Y dicha vida , lejos de estar conformada en la autonomía y la emancipación, está subsumida bajo el mismo capitalismo. La vida humana sólo tiene sentido para reproducir el propio sistema y toda la esperanza ilustrada ha desaparecido. Ser marxista, aún hoy, tiene sentido.
E. Mesa.
2 comentarios:
Si Marx hubiese concebido al capitalismo como totalitario, nunca hubiese pensado siquiera la posibilidad de su superación.
No obstante, precisamente allí es donde creo está el error fundamental de Marx: suponer la inevitabilidad del derrumbre del capitalismo. Como modo de producción no sólo se ha intensificado, sino que se ha expandido a escala global y, lo más terrible, se ha infiltrando en las subjetividades de las personas, dejando prácticamente nula la posibilidad de su transformación radical.
Yo estoy de acuerdo con la epistemología de Marx (no es la conciencia lo que determina el ser, sino el ser social lo que determina la conciencia... aunque no en términos mecánicos), con la analítica del capitalismo como tal (fetichismo de la mercancía) y con su antropología (alienación del ser genérico e integralidad del trabajo). Pero sus propuestas políticas demostraron ser erróneas, como así también fenómenos como el de la ideología. Respecto de esto mismo, marxistas tan disímiles como Lukács, Gramsci y Althusser ampliaron el análisis del fenómeno de modo muy brillante como "concepción de mundo" necesaria e imprescindible de todos los grupos sociales y no como simple "falsa conciencia" o "velo" de la realidad.
En todo caso, buen espacio para la discusión, y buenos materiales para descargar!
Alejandro Zúñiga Oneto
www.ecocare.cl
Marx no era marxista. Y creo que no comprendería todo ese embrollo del "marxismo", inventado por Engels y la II internacional, con mucho de racionalismo decimonónico y positivismo en la mezcla que sedimentó en un pensamiento más bien rígido y dogmático, a diferencia del pensamiento de Marx, abierto y siempre susceptible de enriquecimiento y autocrítica.
Cuando no es posible darse el tiempo para aclarar todas estas cosas, claro está que no queda otra que aceptar el ser considerado "marxista", como un decir más o menos referencial y simple.
Pero me parece que todos los anticapitalistas que bebemos del materialismo histórico y aprendemos de (a la vez que dialogamos con) Marx y otros varios compañeros y compañeras de ruta (Luxemburgo, Gramsci, Pannekoek, Korsch, Mattick, Adorno, Benjamin, Lukacs, etc. etc. etc.)deberíamos liberar a Marx de la cárcel del marxismo, que en realidad es una forma curiosa de idealismo, y generar aquí y ahora una teoría crítica revolucionaria capaz de realizar el comunismo (bien entendido, es decir, no un partido burocrático ni el capitalismo de Estado, sino "el movimiento real que suprime las condiciones existentes"). Al denucniar la impostura de la apropiación del concepto "comunismo" pr los leninistas y estalinistas rusos y sus seguidores en todo el globo, tendremos claro que hemos sido comunistas siempre. Si no, no se entiende bien como es eso de serlo "otra vez".
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